sábado, 31 de marzo de 2012

jueves, 29 de marzo de 2012

martes, 20 de marzo de 2012

V Domingo de Cuaresma


“En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?" Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que no tiene pecado, que le tire la primera piedra." E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la-mujer, en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor." Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."

Los escribas y fariseos traen una mujer ante Jesús... Lo primero con lo que nos encontramos es con la trampa preparada para Jesús. Los que persiguen acabar con Jesús no van de cara, se presentan ante Aquel que dice “yo soy la Verdad” con una mentira. Lo que estos personajes buscan, como todos sabemos, no es que Jesús les ilumine, sino ponerlo en el compromiso y “pillarlo” en la ambigüedad de la cuestión planteada. Así sigue ocurriendo hoy, seguimos poniendo a prueba a Jesús, seguimos queriendo pillarlo. Muchas veces en nuestra vida, no buscamos a Dios para plantearle nuestras necesidades amparadas en su voluntad, ni tan siquiera para ofrecerle nuestras palabras y acciones; buscamos a Dios para plantearle ambigüedades que demuestren que su fuerza es ineficaz, que su Palabra es sólo palabra vana. Dios no es así, Él no se presta a nuestras dobles palabras o intenciones. Él se presenta con la verdad y la claridad del Espíritu para proponernos una búsqueda intrínseca, en el interior de cada uno de nosotros. Mirar al cielo esperando las respuestas es fácil, mirar al hermano ofreciéndole nuestra mano es lo difícil. Cristo no se contenta con lo fácil, es más, él mismo decide subir a la cruz para que podamos comprender que el camino no es tan sencillo, que está lleno de sufrimiento y duda, pero que quien persevera, encontrará en lo alto de la cruz la luz de la resurrección, la nueva vida.

Lo fácil no es detenerse en comprender a los demás, buscar el por qué de sus acciones cuando estas no son precisamente buenas. Lo fácil es verter el juicio rápido sobre los demás condenándolos sin misericordia. Cada vez que hacemos esto nos convertimos en dioses en doble sentido: por un lado nos atrevemos a ser jueces de los demás, salvando o condenado según nuestros parámetros; ni tan siquiera nos detenemos a escuchar a quien condenamos, sino que lo juzgamos y condenamos según “hemos oído o nos han dicho”. ¿Y si Dios nos juzgase a nosotros de oídas?. Él no es así, el busca el interior del corazón y comprende la motivación de nuestras acciones y, cuando estas no son buenas, derrama su misericordia sobre cada uno de nosotros para enseñarnos el camino nuevo.

En segundo sentido, cuando juzgamos a los demás caemos en el peor de los egoísmos: nos ponemos nosotros como modelo, creyendo ser perfectos y divinos. Así ocurre, siempre que vertimos un juicio sobre alguien necesitamos tener un modelo de referencia desde el cual juzgar y, sin duda, el modelo somos nosotros mismos porque el otro ha actuado de forma contraria a como nosotros lo haríamos, pero ¿cómo hubiese actuado yo en la misma situación y circunstancia? Esa pregunta no nos la hacemos, quizás porque si lo hiciésemos nos denuciaríamos a nosotros mismos.

Si el Santo de los Santos, el que es la Verdad, no desea juzgar a esa mujer, no quiere condenarla, ¿quien soy yo para juzgar a nadie? ¿o quizás me creo más que Jesús?. No discutimos aquí si lo que hizo la mujer estaba bien o no (que posiblemente no lo estuviese), discutimos aquí sobre la capacidad de juzgar, condenar o salvar que creemos tener y que, gracias a Dios, no tenemos.

Mucho más hermoso es pasar la vida sin juzgar ni condenar a nadie, que juzgando y condenando continuamente; entre otras cosas porque cuando así lo hacemos estamos provocando nuestro propio juicio y nuestra propia condena.

lunes, 19 de marzo de 2012

domingo, 18 de marzo de 2012

El misterio de la Cruz


El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret no es algo ajeno a la vida del ser humano. Podemos caer en el error de mirar la figura de Jesús con un enfoque exclusivamente histórico. Digo que se trata de un error porque si lo hacemos así, nos encontramos ante la figura de un hombre verdaderamente fracasado. Alguien que quiso “revolucionar” su época, pero que el impulso primero acabó en verdadero fracaso. Todos le abandonan, menos su propia madre, todos los que le aplauden descubren en él a un líder que, cuando ya tiene las masas de su lado, las traiciona; las traiciona porque no les da lo que esas masas esperan de él: la liberación de la opresión tirana del pueblo invasor, el pueblo romano; la libertad del yugo esclavo del poder judío que se aprovecha de esa opresión para sacar su propio beneficio.

El fracaso humano es algo a lo que todos, de una manera u otra, tenemos miedo. Nos gusta ser reconocidos, que nos digan lo buenos que somos y lo bien que hacemos las cosas. Queremos ser unos “pequeños dioses” que no se equivocan nunca y nos esforzamos por mantener las formas y agradar al “que dirán” como motor de nuestra existencia.

Precisamente, una de las grandes victorias de Jesús radica en romper esa cadena que nos ata al afán de “ser”. Poco le importa a él ser considerado un fracasado. Desde el principio sabe bien cómo terminará su historia, pero aún así sigue proclamando la verdad del mensaje: el amor, el perdón, la solidaridad, y una serie de valores que están mucho más allá de lo que, tanto su mundo como el nuestro, proclaman como buenas. La cruz no es un escándalo, es el triunfo de la libertad interior que impregna la capacidad de vivir auténticamente. Es el triunfo del perdón y, sobre todo, del saber pedir perdón. Ese perdón que emana de las manos traspasadas de Cristo en la cruz ha de ser para nosotros, no sólo un testimonio, sino un aliciente. La sangre que cae por la cruz de Jesús es la sangre del sufrimiento que sabe que el único camino de la paz pasa por el sacrificio de uno mismo. Estar dispuesto a perdonar siempre y en todo momento debería de ser una bandera para la vida de cualquier persona, aunque sólo sea por el egoísmo de saber que cuando es capaz de perdonar, el mayor beneficiado es uno mismo.

El fracaso de Cristo en la cruz es el triunfo de la llegada del Reino de Dios, es la victoria de su mensaje y su Espíritu en el corazón de los hombres y mujeres de buena voluntad. La vida se nos pasa sin darnos cuenta y, llegado el momento de rendir cuentas ante Dios, quien todo lo sabe y todo lo conoce, no nos queda más opción que abrir nuestro corazón. Hemos de procurar desterrar de él aquellos sentimientos que nos hacen estar más cercanos a los que gritaban crucifícale, que al que está crucificado. San Francisco de Asís decía: “Si Dios sabe trabajar a través de mi, sabe trabajar a través de cualquier persona”, y sabe hacerlo cuando, puestos en su presencia, le dejamos trabajar nuestro corazón. Mirar a Cristo en la cruz es el fracaso del sentimiento humano, pero es el triunfo del Espíritu; un triunfo que necesita madurar en nuestros corazones para poder resucitar y quitar la pesada losa del sepulcro de nuestras vidas, que no deja pasar la claridad de la luz que todo lo renueva.

Perdonar es saber pedir perdón, amar es saber dejarse amar. Entremos dentro del sepulcro de nuestra propia vida y abramos las puertas de nuestra existencia para que la luz del resucitado pueda transformar nuestra oscuridad.

Congreso Internacional "El futuro de la ERE"

Para poder ver los contenidos del Congreso Pincha aquí: